La Cigarra y la Hormiga

Durante toda la deslumbrante primavera y el cálido verano, la cigarra 
descansó viviendo al aire libre en un árbol de gran follaje y abundantes y 
olorosas flores. La cigarra se divirtió muy feliz, dedicada sólo a cantar 
noche y día. 

Pasó el verano, llegó el otoño ya no tan cálido, las hojas del árbol 
comenzaron a amarillearse, se secaron sus flores y fueron cosechados sus 
frutos. Pero la cigarra siguió cantando alegremente aunque ya no tanto, 
hasta que al llegar el invierno con el frío, viento, lluvias y nieve, el árbol 
perdió todas sus hojas. Entonces la cigarra se encontró sola, sin lugar 
donde vivir a salvo de las inclemencias del tiempo, y sin hojitas verdes, 
yemas, mosquitas, orugas o siquiera un gusanillo para comer. 
Fue entonces a buscar a su vecina la hormiga, a quien había visto 
siempre trabajar acarreando granos de trigo a su cueva mientras ella 
cantaba. Fue a buscarla para rogarle que le prestase algunos granitos de 
trigo y que le diese en su cálida cueva un rinconcito para alojarse hasta el 
próximo año. 


–Te pagaré el trigo y el alojamiento con intereses, antes de la cosecha 
del próximo verano, te doy mi palabra-, le dijo. 

Pero la hormiga no es generosa, y con burla le preguntó: 


–¿No tienes ahora para comer ni dónde vivir? ¿Por qué voy yo ahora a 
ayudarte? ¿Por qué no has ahorrado, pues? ¿Qué hiciste entonces durante 
toda la primavera, el verano y el otoño? 

–Durante todas esas etapas de mi vida yo canté noche y día, de modo 
libre y alegre; canté entusiasmada por la belleza del mundo y queriendo 
transmitir mi alegría a quienes me escuchaban –respondió ingenuamente 
la orgullosa y despreocupada cigarra. 

–¡Ajá! ¿Así que cantabas? –respondió airada la hormiga y agregó con 
crueldad: 

–Mientras yo me mataba trajinando noche y día en búsqueda de 
alimentos y acarreándolos a mi cueva, que tuve que excavar yo misma, tú 
te divertías cantando. ¡Me gusta tu frescura! Cuando brillaba el sol y hacía 


calor tú cantabas mientras yo sudaba trabajando. ¡Hum! Pues, entonces, 
ahora que se fue el sol ponte a bailar para que se te pasen el hambre y el 
frío. 

Y dando un portazo se metió en su cálida y bien abastecida cueva, 
dejando a la intemperie a la cigarra, a la que el frío y el hambre quitaron 
la vida esa misma noche al pie de un árbol deshojado.  

MORALEJA: No malgastes tu tiempo sólo al ocio y al placer. Trabaja, y de tu cosecha ahorra lo 
suficiente para los futuros momentos de escasez. 

Fuente: Jean de la Fontaine